Cuento inconcluso (como el autor)

"Eso nunca sucedió", repite el eco en mi cabeza. Hoy es de nuevo lunes, de nubes azules y lluvia corrosiva. Tomo el periódico y sonrío: el pico y placa restringe la sálida de aquellos cuya cédula termina en 8 y 9. Pero existe PSICUA (Plataforma Sensorial Inmersiva de Cursos de la Universidad de los Andes), y permanecer en mi apartamento no significa capar clase.

Levanto las cejas frente al espejo del baño y el microondas inicia la cocción de mi desayuno en bandeja (con huevos transgénicos por tiempo limitado). Entretanto los 5 litros de agua para ducharme han sido calentados y el vapor empaña mi reflejo. La pantalla sobre el dispensador de papel higiénico me confirma que el clima apesta, y que la presidenta visitará hoy la universidad. Una pulsación sobre la pantalla y estoy viendo Cartoon Network.

Todo a mi alrededor hace bip bip o alumbra. Tengo leds hasta en las orejas -direccionales para peatones- y Bogotá es cada día más roja... Cómo es posible extrañar -sin jamás conocerla- la ciudad gris que olía a orines cuando llovía?. Esta Bogotá huele a ácido sulfúrico con la llovizna más leve y ninguna fachada evade la huella de un cielo que sangra. Pero la mutabiilidad de la ciudad es su esencia, su humanidad. Por ello todos cambiamos, para sobrevivir la ciudad cuando esta se tornó demasiado hostil. O eso cuentan mis padres, que conocieron esa urbe antes de que se convirtiera en el amasijo de 100'000.000 de habitantes que rozan sus cuerpos anónimos por las calles.

Anónima, así es Bogotá. Una ciudad donde el individuo se confunde con el marginal, un laberinto de asfalto donde sólo destacan esos tumores inmundos que son los megacomplejos residenciales. A pesar de la ciudad, aún vivo y sueño. [INCONCLUSO]